Para confeccionar los textiles del archipiélago de Chiloé, las mujeres utilizan lana de oveja, que lavan con jabón suave, cardan, hilan y tiñen. Las tejenderas utilizan hojas, cortezas, raíces, ramas, flores, frutos y algunos minerales de la región para darle color a la fibra.
Entre estos, destacan el barro negro, el humus y el robo para el negro; el canelo para el verdeclaro; el chilco, el quintral y la raíz de nalca para el gris; el laurel para el verde oscuro; el maqui para el violeta; el culli para el rojo; la nalca, la barba de palo y la parquina para el amarillo; el radal y el huinque para el marrón, y la corteza del ulmo para el beige (Plath 1973; Weisner 2003).
La lana se introduce en una tinaja junto al depe, una parte del tallo de la nalca que se emplea como colorante base y fijador. También se puede utilizar la liga, que se saca de la hoja de una enredadera llamada quintrala (Weisner 2003). El tiempo de remojo depende de la intensidad del tinte que se quiera lograr.
Las artesanas también han incorporado tintes, como el añil durante la Colonia y las anilinas en el siglo XX, sin que esto haya disminuido la calidad de sus tejidos.
Entre las especies que se utilizaron para teñir la lana de las madejas y ovillos que posee la colección Textiles de Chiloé destacan el palguín para obtener el amarillo, y la barba de palo, el pello pello, el radal, el tenío y el maqui para obtener los tonos marrón y beige.