Estos instrumentos de factura artesanal fueron construidos por carpinteros locales y los usaron comunidades ubicadas en la zona insular de Chiloé. Normalmente estos objetos se empleaban en prácticas musicales asociadas al culto católico, como por ejemplo festividades patronales que conmemoran la llegada de un nuevo ciclo anual. Todos estas piezas ingresaron al Museo a mediados de la década de los setenta, y fueron obtenidas a través de adquisiciones o donaciones. El sacerdote Audelio Bórquez, entonces director de la institución, fue el principal gestor de esta iniciativa.