Saberes femeninos: prácticas relacionadas con los textiles de Chiloé
Las artesanas de Chiloé son herederas de una tradición textil que se remonta a tiempos prehispánicos y se mantiene hasta la actualidad. Desde pequeñas, son socializadas en el arte del hilado y el tejido. Gloria, tejendera de Petanes Alto, señala: «Mi mamá tejía, se aprende mirando, yo tejía en el telar de mi madre» (en Museo Regional de Ancud 2007, s.i).
Una vez al año, los hombres de Chiloé esquilan a las ovejas y obtienen entre dos y tres kilos de lana de cada una. El vellón más corto de la espalda se utiliza para confeccionar colchones, mientras que el más largo se reserva para elaborar los tejidos (Weisner 2003). Las mujeres escarmenan y cardan este vellón, lo tiñen, arman los ovillos, y tejen con él en el quelgo.
Tradicionalmente, el telar chilote medía tres metros de largo y se encontraba en el interior de los hogares, pero con la reducción del tamaño de las casas, actualmente, son pocas las tejenderas que tienen un espacio para él en sus viviendas (Loayza 2016a, 4-5). Según las artesanas, el quelgo presenta ventajas sobre otro tipo de telares, pues permite confeccionar piezas de gran tamaño como ponchos, frazadas y sabanillas de una textura gruesa que protege de la lluvia y el frío (Weisner 2003).
Las niñas observan a las mujeres con más experiencia y colaboran en la confección de accesorios para los tejidos, el manejo y teñido de la lana, y, posteriormente, realizan otras tareas y aprenden a tejer en el quelgo. Elisa Vargas, tejendera de Curaco de Vélez precisa al respecto:
«Partí mirando a mi mamá, ella era muy tejendera. Le hacía a los canastos también, por eso le salimos artistas los hijos […]. Yo soy la tercera, la mayor de las mujeres, y todas sabemos tejer bien y nos dedicamos a las alfombras, los choapinos y los chalecos; una de mis hermanas eso sí hace puros gorros […]. Yo le ayudaba al principio a mi mamá con los flecos de los choapinos, y a mi abuela también le ayudaba» (en Darraidou 2014, 354).
Al comparar esta forma de aprendizaje con la de otros contextos, es posible identificar prácticas comunes de socialización. Investigaciones antropológicas para el caso mapuche señalan que las tejenderas también aprenden el oficio observando a sus madres, abuelas y hermanas mayores, o gracias a una maestra que les enseña (Willson 1992).
De acuerdo con las investigadoras Javiera Naranjo y Catalina Mekis las tejenderas de la Patagonia ―que es parte del área de influencia de la tradición textil del archipiélago de Chiloé (Loayza 2016)―, reportan los mismos mecanismos de aprendizaje:
«Entre mate y mate las artesanas cuentan sus historias. Todas nacieron entre las lanas, sus madres y abuelas fueron las encargadas de transmitirles el conocimiento. Recuerdan que se pasaban el día hilando o tejiendo frente a ellas y, sólo mirando, de manera espontánea ―casi como si viniera en su memoria genética―, las pequeñas niñas iban aprendiendo y entendiendo el oficio que las acompañaría de por vida» (2011, 30).
Las mujeres interiorizan los movimientos corporales de las tejenderas con más experiencia, que incluyen gestos, posturas y ritmos inseparables de la vida cotidiana y el paso del tiempo. Cuando son jóvenes, realizan todas las tareas asociadas con el tejido, pero, a medida que envejecen, algunas prefieren comprar lana ya hilada para facilitar el trabajo y disminuir el tiempo de producción.
La posición horizontal en que se utiliza el quelgo o telar chilote requiere que las mujeres tejan agachadas. Esto, sumado a los movimientos específicos que repiten durante la jornada laboral, deteriora su columna y articulaciones provocándoles dolores intensos en la vejez. Aun así, estas mujeres continúan trabajando: «Yo de tejer no voy a parar en todo caso, por mucho que me diga el doctor. Si uno deja de trabajar se enferma más. ¿Qué me voy a quedar haciendo?, ¿mirando el infinito?» (Vargas en Darraidou 2014, 357).
Como el tejido requiere una inversión considerable de tiempo, las artesanas deben sobrellevar una doble jornada laboral. Las mujeres chilotas conjugan la confección textil con otras actividades, como las faenas de siembra y cosecha, el cuidado familiar, la búsqueda y preparación de alimentos, y las ventas en los mercados (León 2015, 55).
Estas dificultades hacen que, muchas veces, no cuenten con productos suficientes para asistir regularmente a las ferias u otros espacios de venta. La confección de un tejido pequeño puede demorar entre dos y tres días, y los más grande, requerir meses.
Sin embargo, las tejenderas de Chiloé siguen ofreciendo sus productos en las ferias artesanales, donde históricamente han circulado sus trabajos. Entre estas destacan las de Ancud, Castro, Quemchi, Achao, Chonchi, Quellón, Dalcahue y Queilen. Una de las más consolidadas es la feria de Dalcahue, donde pueden encontrarse pisos, frazadas, sabanillas y otras confecciones. También destaca la feria de Quinchao, en la que hay prendas más estilizadas, cuya demanda aumentó debido a la llegada masiva de jóvenes de otras ciudades (Miranda Rupailaf 2006).